Alexis Sittón

chef (146), Panamá, Entrevistas
Spanish

¿Cuándo y cómo comenzó tu interés por la cocina?

Como a los 16 años, mi padre me buscaba a la escuela todos los viernes,  íbamos a comer a la antigua Trattoria Las Américas, del chef Rafael Ciniglio, mi papá atendía sus reuniones mientras yo hablaba con el chef Rafael y él me explicaba lo especial de su menú o qué tenía nuevo. Un señor canoso vestido de blanco, impecable siempre, muy alto, e inteligente. Creo que en esos momentos dije: “así quiero ser cuando sea adulto”.  Obviamente yo alucinaba con sus sabores. Y luego lo junté con la cocina de mi mamá, así comenzó mi pasión, plagada de recuerdos y de la típica pregunta: “¿qué quieres ser cuando crezcas?”

 

¿Cómo fueron tus años de formación?

Lo recuerdo todo, como si fuera ayer. Vivía en París en un apartamento de 20 m2 compartido. Estudiaba en el día, trabajaba en las noches y en las madrugadas salía de fiesta. 18 años y viviendo en París,  loco por sabores, olores de las mañanas donde se mezclaba el olor de colillas de cigarrilo mojadas, con el frío, los panes recién salidos del horno. Creo que lo que más recuerdo es el olor de París. 

 

¿Cuándo llega la inspiración para  nuevas recetas?

Cuando estoy camino a la playa, pongo la música baja y voy pensando. Aunque las mejores son cuando estoy molesto o hice algo mal. Mi mente no se apaga cuando me golpeó el ego, cuando fallo en algo  y empiezo a meditar,  mi mente se aclara y ordena sus ideas. Algo siempre sale... es super raro. 

 

¿Qué consejo le darías a una persona que no sabe nada de cocina, pero quiere aprender?

Que lo haga con sentimiento, y que use el sentido común.

 

¿Hay algún ingrediente preferido?

 Wao, difícil de elegir, en el 2016 fue el tomate de árbol, coco, curry, ají chombo y mariscos.

 

¿Cuáles son tus planes a corto plazo? ¿Qué cosas quisiéras lograr?

Unas cabañas en la playa con una cocina de leña donde todos los días cambie el menú. 

 

¿Alguna anéctoda graciosa de tus momentos en la cocina?

Cuando regresé a Panamá, trabajaba en un restaurante, uno de los mejores del momento, y muy temprano en la mañana prendí mal el horno, estaba botando gas, prendí el mechero y me explotó en la cara. Me tiré al suelo, me tapaba la cara porque me ardía, olía a cabello y bellos quemados, pensé que me había desfigurado el rostro, lo recuerdo clarito, vi una bola azul de fuego que me mandó como a un metro lejos del horno, gracias a Dios solo fueron unas cejas y pestañas quemadas.